lunes, 10 de noviembre de 2014

"LOS CARRETEROS" por Gilberto Núñez Ursinos


      Gilberto Núñez Ursinos 

              LOS CARRETEROS

Corta y pina, era paso obligado vía a Galicia, y el peor tramo de todo el camino. Tenía que ser salvada. Y, para ello, se echaba mano de todos los medios: las recuas de mulas lustrosas, el látigo, las patadas en el bandullo de las pobres bestias, el esfuerzo personal de los humildes de la villa a los que no se regateaba propinas….
A los carreteros les temblaba la paixariña cuando tenían que enfrentarse con la cuesta de Zamora. Podía decirse que ésta, comenzaba en el bodegón de la plazoleta, donde se enganchaban las mulas de repuesto y terminaba en la casa de la vendedora de panecillos gainetes y aguardiente, para la parva. El despacho de panecillos y aguardiente , tenía una forma singular de hacerse. En vez de mostrador, hacía las veces del mismo la ventana más baja de la casa  con respecto a la cuesta. El bodegón de la plazoleta era una casa antigua de  respetable fachada, a unos cuatro o cinco metros del suelo, se veía un santín currutaco, con cara de enfermo, al que llamaban el Santo Andrufe.
-Ay,  Santo Andrufe, tápame el culo para que no bufe.
No se sabía si zamorano, maragato o gallego, el caso era que le había caído en gracia el nombre del santo. Y con la gracia, había llegado la irreverencia. Tales peticiones no se escuchaban a diario, pero el santo accedió a lo que pedía el irreverente carretero. Por esta razón, éste hizo el viaje a Galicia sin tener desfonde en el cuerpo, y mal lo hubiera pasado  si alguien no le hubiera soplado al oído que, a la vuelta, solicitara del párroco una misa de desagravio con veliñas y flores y se comprometiese en el futuro a adornar una vez al año por lo menos, la hornacina del santo. La moraleja flotaba en el aire y llegaba de labios del carretero envuelta en no se sabía qué  tanto de sorna y qué de cuanto de gato escaldado:
-Y… tapomelo. Hasta para tirar los pantalones hay que pagar tributo.
Vía a Galicia, los carreteros castellanos trasportaban la harina de trigo, las legumbres en general y el vino en pellejos de cuatro o cinco cántaros. Con cubetos o pelllejos, colgada de uno de los estadullos de los carros, iba siempre una bota de un cántaro o tres cañadas. Era el obsequio de los vendedores para que los carreteros tuvieran provisión de vino durante el viaje, que solia durar tres o cuatro días…
También en pellejos transportaban el aguardiente y el aceite. Por su parte, los carreteros gallegos vía a Castilla acarreaban las nueces las castañas verdes y secas, las patatas, los jamones, los tocinos, etc, y tenían por costumbre llevar en el bolsillo un panal de jabón. Tenía  por objeto untar los ejes de madera de negrillo o roble para que no cantasen… La cuesta de Zamora, además de corta y pinada, era estrecha, hasta tal punto, que escasamente podían pasar los carros con desahogo.
-Resquiescat in pace.
Inconvenientes de la estrechez: A un carro se la había roto una rueda mismamente cuando tenía que pasar por el lugar un entierro.
-El primero de noviembre; el ocho de diciembre, el… el… se fodeo señor cura.
El señor cura comprendió lo último y hizo un gesto de – vaya por Dios-, pero lo que no alcanzó a comprender era el significado de las fechas que decía el carretero. Hasta que el sacristán le recordó lo que la iglesia celebraba aquellos días y que iba precedido de un verbo con mal olor.
A los cantos piadosos y palabrotas se unió el plañidero gritar del esposo de la difunta, casi en grotesco desfile teatral:
-Adiós estrelliña da mañá.¿ Non te acordaras cando fumos  a o ferido do Pozo da Cortiña? Ay, canta fame  pasamos; sólo levabámos  un pimento e pan becerrado. Ay Dios, e agora cos fillos  que quedan na casa case nas últimas. Eu morro e eu morro. Adiós fillos e muller e leiros de Corullón…
Las blasfemias eran también un medio del que echaban mano los carreteros para salvar la cuesta. Naturalmente, herían  los oídos de las beatas y de los clérigos y más de una vez habían sido llamados al orden.
-Pero vea usted, señor cura; yo no les puedo decir -alabado sea Dios-, porque no me hacen caso. Es a lo otro a lo que están las mulas acostumbradas. Si no vea… Efectivamente, era como decía el carretero: Con el –alabado sea Dios-, las mulas no se movían, pero con lo otro, arrancaban a la primera. El señor cura terminaba siempre lleno de confusión murmurando un –Dios te perdone-, hijo, que no eres tú, sino las mulas, y se iba con intención de rezar un padrenuestro por los pobres pecadores de los caminos.
-Gracias a Dios.
Por fín, por fín aquellas lenguas infernales se habían vuelto angélicas. Tres carreteros con los carros cargados hasta los topes de piedras habían probado la resistencia del viaducto mandado construir por el diputado a Cortes, Belaunde, con resultado enteramente positivo. La cuesta de Zamora había sido eliminada para siempre…
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