jueves, 6 de noviembre de 2014

Árboles Singulares en el término municipal de Villafranca del Bierzo III. Pradairos de Fombasallá




PRADAIROS DE FOMBASALLÁ

Hubo un tiempo en el que cinco pradairos ( Arce pseudoplatanus ), custodiaban a la ermita de Fombasallá,  situada a ocho kilómetros de Paradaseca, y a una altitud de 1300 metros sobre  el nivel del mar. Hoy se conservan  tres, que guardan en silencio el tiempo, y cada año a mediados de agosto bajo sus ramas se celebra la romería de Fombasallá.
En ese espacio donde la naturaleza lo envuelve todo, se acurruca una ermita, tres pradairos que acicalan sus hojas con el viento, y dos fuentes.
La capilla esta casi a oscuras, el suelo sembrado de velones rojos  que iluminan a la virgen, el olor a cera se palpa hasta en el silencio.
Salir a la luz del día por la puerta lateral de la ermita conlleva encorvar la cabeza, ante la presencia humilde de San Roque y de su perro de plástico. Un pórtico, cubre la entrada principal, con dos ventanales  para diminutas campanas de quita y pon. En la campa, la hierba se mantiene siempre verde,  y era  donde se mantenía la costumbre  de mantear a los que subían por primera vez a la romería.
Los más dóciles, se tumbaban en la manta con resignación, los más audaces, deambulaban por el laberinto natural de la campa, escondiendo su miedo como un mal sueño, hasta que alguien haciendo un gesto con la cabeza los delataba, y unas manos alarmantes los reducían hasta conducirlos a la manta, donde quedaban atrapados como una mosca en una tela de araña, contemplando un montón de manos que lo rodean, nadie conoce el miedo tan cerca, y con unos pasos serenos  se acerca el señor Juan con un caldero en una mano y en la otra un manojo de helechos, y como en un ritual con toda la sutileza del mundo introduce los helechos sobre el agua depositada en el caldero y esparce sobre el que va a ser manteado su bendición.
Todo esto sucedía delante de mis ojos con la solemnidad de una ceremonia, y que con el tiempo mi  memoria ha ido dejando perdidos ciertos pormenores. Observaba los cambios de las caras de los manteados cuando alcanzaban sus cuerpos las ramas de los pradairos, y como cambiaba la perspectiva cuando las manos apretando fuertemente el borde de la manta se tensaban para recibir el cuerpo,  y veía como todas las imágenes se sucedían rápidamente, y el manteado masticaba voces en esos segundos que permanecía suspendido en el aire.
Entretanto un rumor festivo de gente iba llenando la campa, y abriéndose paso entre los oídos de esa misma gente se esparcía el sonido de una gaita, y la visible cara de alivio del ocupante de la manta cuando colocaba su pie en el suelo.
Poco a poco, se iba cerrando la tarde, y los manteados, que tan pronto se veían abajo como arriba han regresado a mi memoria, en este tiempo de castañas.   







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